• Cerro La Movediza

Cerro La Movediza Tandil

Dirección: Camino Interno Bo de los Oficiales, Tandil, Buenos Aires, Argentina

Información de Cerro La Movediza


Es paseo, es la máxima expresión de la identidad serrana de Tandil. Gigantescos bochones coronados por la Piedra Movediza (Hoy su réplica) muestran la evolución de 2.500 millones de año del primer territorio emergente de nuestro país. 

Tradición y leyendas caracterizan el Cerro Movediza, cerro de extraordinada belleza que durante miles de años contó con una de las maravillas y rarezas naturales más sorprendentes: La legendaria Piedra Movediza, la cual mantenía en extraño equilibro, oscilando levemente, lo que configuraba una gran atracción.
Pesaba alrededor de 300 toneladas, alcanzando su vértice más pronunciado casi 7 metros, con un diámetro basal de 13 metros en su máxima extensión.

El 29 de Febrero de 1912, la Piedra Movediza se desengarzó de su milenaria armadura y yace partida en 3 pedazos al pie de una ladera profunda.

El día 17 de mayo de 2007 fue inaugurada oficialmente la réplica de la Piedra Movediza en el lugar donde antiguamente se encontraba, llamándolo Parque Lítico de la Piedra Movediza de Tandil.   La réplica está compuesta por un entramado metálico, con una cobertura realizada con resina con fibras sintéticas. Se encuentra anclada sobre una placa base de unos 3 metros cuadrados en el lugar exacto en el que se encontraba la original, con la misma textura, forma y color.

En el ingreso al paseo podemos encontrar la explanada de adoquines que fue puesta en valor con la recuperación de la fuente y juego de agua. Siguiendo el recorrido podemos encontrar el restaurante y bar.

Se incluyó un nuevo circuito de descenso con escaleras desde lo alto del Cerro y la instalación de un deck de madera que permite una excelente vista desde la cima

En las proximidades del cerro podemos encontrar la Feria de Artesanal La Movediza.

Leyenda

Era el principio de los tiempos. El Sol y la Luna eran marido y mujer: dos dioses gigantes, tan buenos y generosos como enormes eran. El Sol era el dueño de todo el calor y la fuerza del mundo; tanto era su poder que de sólo extender los brazos la tierra se inundaba de luz y de sus dedos prodigiosos brotaba el calor a raudales. Era el dueño absoluto de la vida y de la muerte. Ella, la Luna, era blanca y hermosa. Dueña de la sabiduría y el silencio; de la paz y la dulzura. Ante su presencia todo se aquietaba. Andando por la tierra crearon la llanura: una inmensa extensión que cubrieron de pastos y de flores para hacerla más bella. Y la llanura era una lisa alfombra verde por donde los dioses paseaban con blandos pasos. Luego crearon las lagunas donde el Sol y la Luna se bañaban después de sus largos paseos. Pero los dioses se cansaron de estar solos: y poblaron de peces las aguas y de otros animales la tierra.¡Qué felices se sentían de verlos saltar y correr por sus dominios! Satisfechos de su obra decidieron regresar al cielo. Entonces fue cuando pensaron que alguien debía cuidar esos preciosos campos: y crearon a sus hijos, los hombres. Ahora ya podían regresar. Muy tristes se pusieron los hombres cuando supieron que sus amados padres los dejarían. Entonces el Sol les dijo: -Nada debéis temer; ésta es vuestra tierra. Yo enviaré mi luz hasta vosotros, todos los días. Y también mi calor para que la vida no acabe. Y dijo la Luna: -Nada debéis temer; yo iluminaré levemente las sombras de la noche y velaré vuestro descanso. Así pasó el tiempo. Los días y las noches. Era el tiempo feliz. Los indios se sentían protegidos por sus dioses y les bastaba mirar al cielo para saber que ellos estaban siempre allí enviándoles sus maravillosos dones. Adoraban al Sol y la Luna y les ofrecían sus cantos y sus danzas. Un día vieron que el Sol empezaba a palidecer, cada vez más y más y más... ¿qué pasaba?, ¿qué cosa tan extraña hacía que su sonriente rostro dejara de reír? Algo terrible, pero que no podían explicarse, estaba sucediendo. Pronto se dieron cuenta que un gigantesco puma alado acosaba por la inmensidad de los cielos al bondadoso Sol. Y el Dios se debatía entre los zarpazos del terrible animal que quería destruirlo. Los indios no lo pensaron más y se prepararon para defenderlo. Los más valientes y hábiles guerreros se reunieron y empezaron a arrojar sus flechas al intruso que se atrevía a molestar al Sol. Una, dos, miles y miles de flechas fueron arrojadas, pero no lograban destruir al puma, que, por el contrario, cada vez se ponía más furioso. Por fin uno dio en el blanco y el animal cayó atravesado por la flecha que entraba por el vientre y salía por el lomo. Sí, cayó, pero no muerto. Y allí estaba, extendido y rugiendo; estremeciendo la tierra con sus rugidos. Tan enorme era que nadie se atrevía a acercarse y lo miraban, asustados, desde lejos. En tanto el Sol se fue ocultando poco a poco; había recobrado su aspecto risueño. Los indios le miraban complacidos y él les acariciaba los rostros con la punta de sus tibios dedos. El cielo se tiñó de rojo... se fue poniendo violeta.., violeta. ... y poco a poco llegaron las sombras. Entonces salió la Luna. Vio al puma allá abajo, tendido y rugiendo. Compadecida quiso acabar con su agonía. Y empezó a arrojarle piedras para ultimarlo. Tantas y tan enormes que se fueron amontonando sobre el cuerpo hasta cubrirlo totalmente. Tantas y tan enormes que formaron sobre la llanura una sierra: la Sierra de Tandil. La última piedra que arrojó cayó sobre la punta de la flecha que todavía asomaba y allí se quedó clavada. Allí quedó enterrado, también, para siempre, el espíritu del mal, que según los indios no podía salir. Pero cuando el Sol paseaba por los cielos, se estremecía de rabia siempre con el deseo de atacarlo otra vez. Y al moverse hacía oscilar la piedra suspendida en la punta de la sierra.

 




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Ubicación de Cerro La Movediza, Buenos Aires